Fue a la Escuela Nacional de Bellas Artes de la ciudad de México, en 1888, a donde llegó una muy decidida jovencita de nombre Dolores Soto, originaria de Tulancingo Hidalgo, con apenas 22 años, a tomar clases de pintura apoyada por doña Javiera Madariaga, su mamá. Desde pequeña se interesó por el dibujo y la pintura.
En un medio donde no era común ver que mujeres ingresaran a estudiar pintura, Dolores fue de las primeras en inscribirse formalmente y de manera inmediata destacó por su dedicación y talento. El gran paisajista José María Velasco era profesor titular de la clase de paisaje en la ENBA, y cuando identificó en Dolores a una joven con muchas cualidades para este género, no dudó en convertirla en su aprendiz.
Sus cuadros, en su mayoría paisajes, destacaron en las exhibiciones escolares anuales. En esas muestras presentó trabajos de claroscuros, también copias de cuadros famosos, copias del natural, estudios de monumentos, que eran parte de los ejercicios que realizaba durante las clases. Aunque ella se inclinó más hacia el paisaje, de igual manera pintó obra de carácter religioso, naturaleza muerta y retrato.
Tuvo una prolífica producción pictórica, la cual desafortunadamente no es muy conocida puesto que la gran mayoría de sus cuadros están en una colección privada. Así también no existe mucha bibliografía que documente su vida. Lo poco que se sabe de Dolores es que no comercializó su obra, pintó para ella, familiares y conocidos. Lo que sí es evidente es la calidad de la pincelada que ejecutó en sus trabajos, y que se observa en los pocos cuadros que se conocen de ella.
El Museo de Arte de Sinaloa cuenta en su acervo con una pieza de esta excelente pintora. Dicho cuadro forma parte de la exposición “Nuestras Creadoras”, que es una muestra especial, porque reúne una importante selección de trabajos de las artistas mujeres de la Colección ISIC-MASIN. Ahí la obra de Dolores Soto destaca e inicia el recorrido por la historia del arte pictórico en México protagonizado por mujeres.