Las personas vivimos en espacios de convivencia con otros(as), dichos espacios pueden ser desde una relación conyugal, una familia, un grupo de amigos, hasta nuestros grupos de trabajo, sin embargo, es inevitable que durante la convivencia cercana y en el día a día, recibamos algún tipo de ofensa ( comentarios, rumores, traiciones, engaño, incluso, algún tipo violencia: verbal, económica, emocional, física o simplemente la indiferencia).
Cuando somos ofendidos por persona que amamos o personas cercanas a nosotros,nos sentimos abrumados por vivir situaciones que no esperábamos o creemos no merecer, experimentamos emociones que no nos son placenteras, emociones, también llamadas negativas, no por tener alguna connotación moral, sino porque son intensas y no es agradables sentirlas o experimentarlas.
Las emociones nos proporcionan información útil en el camino al perdón y a la compasión a uno mismo. No son instrucciones, sino alertas o señales que nos indican una situación a resolver, a poner limites, a buscar ayuda o hacer cambios significativos.
Es necesario hacer una alto en el camino, detectar las sensaciones en nuestro cuerpo: ¿en que parte de nuestro cuerpo la siento? ¿en mi cabeza, en mi estómago, el pecho, las piernas? También hacernos preguntas sobre lo que sentimos, porque permite discernir una dirección a nuestro dolor: ¿porqué me siento así?, ¿porque me duele?
Las emociones nos revelan cuáles fueron las situaciones que las detonaron: ¿Qué sucedió o se presentó para sentirme así? Nos permiten identificar lo que más nos importa y motivarnos para hacer cambios necesarios en el camino hacia nuestro bienestar.
Atender nuestra emocionalidad es brindarnos el tiempo para reflexionar sobre nuestras experiencias internas, identificar las sensaciones en nuestro cuerpo y aprender sobre ellas en lugar de tener prisa por liberarnos o bloquearlas para dejar de sentir.
Los estados emocionales intensos, (cómo cuales) pueden nublar nuestra visión de la realidad y hacernos caer en un bucle interminable de micropensamientos que alimentan el dolor, resentimiento y deseo de venganza.
Y en este punto, para poder dar un paso a nuestra recuperación, es necesario tomar la decisión de emprender un camino para encontrar nuestra paz: casi una tregua en la guerra interna que sentimos y nos consume el alma. Si antes no merecíamos la ofensa, tampoco merecemos vivir atrapados en estos estados emocionales, en donde somos víctimas de otros y victimarios de nosotros mismos, poniendo en riesgo nuestra salud emocional y física, anclados en situaciones que están fuera de nuestro control, para eso, tenemos nuestra libertad y voluntad, que nos permiterán tomar deciciones.
Una herramienta valiosa es la decisión de vivir un proceso de perdón, como un regalo hacia nosotros mismos. No es necesario incluir, informar o solicitar que el ofensor participe en dicho proceso, porque podemos arriesgarnos a volver a vivir nuevas ofensas y sufrir una revictimización.
Perdonar, no es olvidar las ofensas recibidas, esas quedan marcadas en nuestro cerebro, solo podemos darle un significado y aprendizaje diferente. Tampoco es aparentar como que “todo está bien” y “no ha pasado nada”, eso es una paz barata, negar lo que sucedió, nos duele ya que, necesitamos reconocer el impacto que la ofensa tuvo en nuestra vida.
No es cambiar nuestras actitudes o comportamientos con la persona que nos agreden, cuidar su enojo o negar nuestro dolor para centrarnos en justificar las agresiones, actuando pasivamente y aceptar las actitudes violentas del ofensor.
“Cuando sale el sol podemos apreciar nuestra luz, y cuando se pone podemos dedicarnos compasión por nuestra oscuridad”
Kristin Neff
Autor
Perdonar no es reconciliarnos con quien nos ha hecho daño, ni siquiera en necesario comunicarnos con nuestro agresor.
Perdonar es poner limites necesarios, tomarnos un tiempo y espacio para recuperar nuestra autoestima, sentirnos valiosos por nosotros mismos, sin depender de las opiniones ni juicios de nadie. Poner límites permite buscar espacios donde experimentemos seguridad y amor, también recibir la ayuda que necesitamos para nuestra recuperación, perdonar a veces implica alejarnos de personas y espacios que constantemente nos están agrediendo, priorizar nuestro cuidado emocional y físico es fundamental.
Perdonar es tomar la decisión de emprender el camino a nuestro bienestar personal y nuestra transformación emocional, implica poner fecha de caducidad al dolor y hacer todo lo que necesitemos para liberarnos de un pasado doloroso, poder construir vínculos con más respeto mutuo, desarrollar confianza y seguridad en nosotros mismos y con las personas con la cuales convivimos y trabajamos.
Durante el proceso de perdón, sobretodo cuando estamos pasando momentos difíciles, es fundamental la autocompasión. La autocompasión es permitirnos asumir los riesgos de las decisiones que tomamos, fracasar, intentarlo de nuevo y permanecer curiosos sobre nuestras emociones.
Ser compasivos con nosotros mismos es el primer paso en el camino del perdón. Nos permite tener la fuerza para nuestra recuperación.
Por MDOC. Gabriela Pérez Jiménez, presidente de Comunidad Sinaí.
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