¿Quiere saber cómo Ernesto Coppel Kelly llegó a ser uno de los más destacados empresarios del ramo hotelero en el país? El propio presidente de Grupo Pueblo Bonito nos narra su historia.
Nací en Mazatlán, en 1947. ¡Hacía un calor!… Y mi mamá estuvo en labor de parto como 20 horas. Crecí en el Mazatlán viejo, donde vivía todo el mundo. Ahora lo llaman centro histórico.
En 1964 me fui al Tec (de Monterrey). Cuando llegué ahí, pregunté cuál era la carrera más fácil y me dijeron: administración de empresas.
Efectivamente, estudié administración y apenas la libré. También hice algo de deporte en el Tec: futbol americano, cuando todavía era heroico jugarlo, porque los equipos contrarios eran muy superiores a nosotros y nos ponían unas ‘madrizotas’ que nos dejaban hospitalizados a medio equipo. Salíamos al campo y nos temblaban las patitas de miedo de ver a los gigantes con los que teníamos que jugar.
Me gradué en 1969. Trabajé en México un año y en Monterrey otro. Me casé en 1972 con una muchacha de Monterrey. Agarré una ‘chambita’ con los Rice. No me gustaba pero era lo único que podía hacer para regresar a Mazatlán, pues extrañaba mucho el mar.
Estuve con Rice como hasta el ’74. Estaba harto de ser un gato, porque yo siempre me sentía como millonario y mi papá se enojaba y me decía: “Tienes ínfulas de millonario, recabrón, nomás te faltan los billetes, ya tienes las mañas”. Yo le decía: “¿Qué quieres que haga?”, porque tenía primos riquillos y llegaba a la casa de ellos y olía a madera y luego llegaba a mi casa y no olía a nada, a basura.
Luego murió mi padre y yo tomé el negocio (de la familia) de renta de lanchas para pesca deportiva. El negocio estaba muy mal. Sufrí mucho ahí; sin recursos, sin refacciones y con una nómina que cada viernes sufría para pagar.
Estuve 14 meses sin pagar la renta de mi casa y vivía en una casita en el callejón Ángel, que ahora vas, la vez y te dan ñáñaras. Cuando me da miedito algo que está difícil de resolver y flaqueo, me voy a ver la casa y se me quita el miedo.
Finalmente, me iluminó Diosito y me salí de ahí. Le dejé a mi mamá todo, con tan buena suerte que como a los tres meses se levantó el negocio y todo mundo me dijo: "Uh ya se supo, este bueno para nada, pinche borrachín”. Total que peor me sentí, y así, andando arruinado y de chambita en chambita pioja, caí con un sueldo de 9 mil pesos que me estabilizó y me permitió comprar unos calzones a mi mujer y una mesita para comer.
Después estaba trabajando en una compañía de licores que estaba a media cuadra del Toro Manchado. Era un ambiente de puro borracho y gente de muy bajo nivel. Ganaba 18 mil pesos (el dólar estaba a 22 pesos y entonces eran como 800 dólares), un dineral para mí.
Así andaba y me encontré a un gringo en una disco, en 1977, y me preguntó que si a qué me dedicaba; le eché mentiras: Le dije que era director corporativo de una compañía de licores y que ganaba 2 mil 500 dólares.
“¿Esa miseria te pagan?", me dijo. “Si te vienes a trabajar conmigo vas a ganar de 5 a 8 mil dólares mensuales".
Se trataba de vender bienes raíces: casas y tiempos compartidos en las torres Islas del Sol. Era diciembre de 1977 y le pedí un anticipo porque no tenía un cinco. Me dio 2 mil dólares y con eso pagué varias deudas. A la semana empecé. Fue el primer año en que no me emborraché, desde que tengo uso de razón. Empecé muy motivado y con mucho espíritu: el primer mes vendí suficiente para ganar 8 mil dólares de comisión. Me ayudaron, me entrenaron y aprendí tanto que a los tres meses ya era asistente de la Gerencia de Ventas. Luego me contrataron en El Dorado, Chema Gallardo de Culiacán, para vender tiempos compartidos.
Intenté hacerlo, pero con poco éxito, porque había problemas de administración. Acabó por cerrar y me quedé sin chamba otra vez.
Finalmente, toqué las puertas del cantabar de lo que ahora es el Inn at Mazatlán, con la buena suerte de que convencí a uno de los dueños y me dieron la oportunidad. Invité a otros compañeros e hicimos un equipo de trabajo muy bueno. Hubo mucho éxito. Eso fue en el ’80, y para 1984 ya había juntado mi primer millón de dólares. Trabajaba todos los días, hasta los domingos, de 7 am hasta las 10 pm.
Eso fue mi punto culminante: sentir que tenía un millón de dólares en la bolsa. No me la creía. No me la creo ahora que se lo estoy diciendo. Fue un milagro: cuatro añitos de estar dando diario y respirando cualquier cosa para no sangrar el negocio.
Reinvirtieron, hicimos una torre nuestra y ahí sí le gané lana porque la hice con mi dinero. Los americanos eran los de los proyectos, nada más pusieron la tierra, que no les costó nada, y yo estaba ganando lo mismo que ellos.
Ya tenía suficiente dinero para pensar en volar solo. En 1985 me decidí a comprar un terreno, estaba chiquito, de 10 mil metros cuadrados. Para que se den una idea, este hotel (Emerald Bay) tiene 75 mil metros.
Después compré 5 mil metros más, pero para mí era un terrenón, y fue suficiente para lo que quería hacer, por lo que invertí todo el dinero.
Nadie me conocía, excepto un tío mío, uno de los siete directores de Bancomer. Fui a ver a mi tío y no por ser su sobrino me prestó, pues me hizo pasar por el filtro de todo el mundo, pero finalmente califiqué para poder tener el crédito.
La inflación a 130 por ciento anual en 1986 y 1987 era terrible, y el país estaba hundido en una crisis. A pesar de eso, terminamos el proyecto (Hotel Pueblo Bonito). Era el orgullo de Mazatlán, entonces; lo presumían otros como si fuera de ellos.
No tenía nada que ver con lo que había: chiquito pero bueno, bonito, elegante, fino y barato.
Quería que el gobierno inaugurara el hotel. Entonces, el gobernador Francisco Labastida me preguntó que si estaba tan bueno como para que lo inaugurara el presidente De la Madrid, quien al final de cuentas vino, durmió con nosotros y cortó el listón.
Me sentí el rey del mundo. Esto ha sido lo más difícil en mi vida. Lo demás cayó como gorgojo, lo cual es un decir, porque yo he sufrido con cada propiedad que he hecho. Nunca he tenido suficientes recursos y siempre he tenido que endeudarme mucho y preocuparme.
Luego hicimos Pueblo Bonito Los Cabos, en 1991. En 1997 inauguré Rosé, también en Los Cabos. En ese momento estuve a punto de tronar. Hasta ahora lo confieso, no tenía dinero para terminar y se me iba a caer la venta. Finalmente aterrizó un crédito ahí, de un banquito que tronó al otro día: Banca Unión. Tuve una suerte así como Indiana Jones, que se regresó por el sombrero y cayó en la piedra. Así conseguí lana para el Rosé.
Faltaba una semana para terminar. Teníamos que abrir al público el lunes, y era martes, faltaban seis días. Teníamos que hacerlo porque éramos anfitriones del torneo de golf más importante del mundo, que tenía una bolsa de 5 millones de dólares.
Íbamos a ser el hotel sede y estábamos terminando la terraza. Me faltaban 150 mil dólares para la raya del sábado y ya teníamos agotados todos los recursos. Mi secretario ya me había prestado, mi esposa ya me había regalado dinero, mi mamá me había prestado y todos mis ejecutivos también. Le debía a las 11 mil Vírgenes y no podía ni abrir. Necesitaba por lo menos 120 mil dólares para hacerlo. Llegué a mi casa y le dije a mi mujer que me diera todas las tarjetas de crédito y así estuve todo el día metiéndoles hasta dentro. Teníamos como diez: usas dos y las otras te las mandan para que gastes. Cuando eres riquillo te sobran las tarjetas, cuando eres pobre no tienen ni una. Conseguí el dinero en un día, y se me enchina el cuero porque pude no haber abierto y se me hubiera caído todo.
Fue un exitazo el Rosé. Ese me sirvió para iniciar este (Emerald Bay) en 1998.
Me fui a vivir a Los Cabos porque allá está el negocio. Ya ves qué peligroso es Sinaloa, porque en mi familia ha habido cinco secuestros y una muerte: una tía mía. En ese momento me dije que me iba de aquí y me llevaba a mi hija Ana Bárbara, que era la que me quedaba. Me odió a muerte durante dos semanas, pues la desenraicé. Tenía 16 años y todo su mundo estaba aquí.
Con el tiempo me hice de un equipazo: excelentes ejecutivos más inteligentes que yo. Si algo he tenido en la vida es el don de escoger a la gente. Me puedo dar el lujo de tomarme seis meses de vacaciones y mi negocio sigue marchando igual. A veces hasta miedo me da de que me vayan a correr ellos a mí.
Entendamos la realidad: el turismo internacional es el que trae las divisas, el dólar, la moneda fuerte. Tú ves a Mazatlán en el mapa turístico y no está en el radar de la gente. Tenemos unas oficinas de promoción en San Diego, que estamos como perros sobre el mercado. Yo le invierto 2 millones de dólares a la campaña publicitaria y apenas le hago cosquillas al mercado. Mazatlán le mete como 1 millón y medio, ‘do the math?'
Por otro lado, está la especulación de los terrenos. La gente tiene que comprender que si tiene una propiedad raíz, hay que invertirle a la propiedad: haz un hotel o desarrollo, como lo está haciendo Jaime Peña (en Las Gavias).
Dale un valor agregado a tu terreno, pero no estés esperando hacerte millonario con los terrenos que te regaló tu abuelito porque te vas a morir rico en terreno pero pobre en dinero. O vendes a un precio razonable o te entierran en él cuando te mueras.
Mide tus fuerzas y confía en ti y en tu equipo. Nunca dejes de intentarlo. Si puedes hacer más, pues haz más, pero no para tener más, sino para generar más riqueza y repartirla. Tenemos la obligación ética y moral todos los que tenemos capacidades. Dios nos dio un talento y cada quien debe compartirlo con otros y no ser egoístas. Hay que ser humildes de corazón.
Como decía mi papá: nomás los millones me faltaban, y ya los tengo. Ahora los desparramo, porque si tú no repartes tu lana, te hundes, te odian, y estás condenado a la mediocridad. Para ser rey, hay que parecerlo, y el rey reparte billetes y da trabajo.