Para Marisol Lizárraga, maestra en educación inclusiva, transformar realidades no exige cargos ni presupuestos millonarios; exige voluntad, escucha y comunidad. Esta convicción no nació en una aula ni en un congreso, sino en la plazuela vacía de un pueblo lastimado.
Corría 2009 cuando Marisol llegó a La Noria, al norte de Mazatlán. Por razones familiares, cambió la ciudad por ese rincón entonces silenciado por la violencia. Las calles estaban vacías, los niños ya no jugaban, el turismo se había ido, y la vida parecía detenida. Pero ella vio algo más: una posibilidad de encuentro.
Comenzó reuniéndose con algunos niños para compartir libros, dibujos, excursiones. Lo hizo en la plaza, a cielo abierto, como quien recupera poco a poco el derecho a estar juntos. Así nació la sala de lectura de La Noria. De doce niños pasaron a veinte, luego a cuarenta. Rentó una casona por 600 pesos al mes para seguir con los talleres: lectura, escritura, artesanías en barro, pintura en jícaras, piedras y baqueta.
“Necesitábamos que volviera el turismo, pero también que regresara la tranquilidad”, recuerda.
La propuesta no solo arraigó; floreció. Llegaron artistas, titiriteros, y con ellos nuevas historias. Nació el museo comunitario Felipa Velázquez, una líder agrarista originaria de La Noria cuya memoria fue recuperada por los niños del taller. Su nombre hoy está inscrito en el Muro de Honor del Congreso del Estado.
La comunidad también levantó el tianguis gastronómico artesanal, impulsado por mujeres y recetas locales.
“Lo importante es que estos proyectos ya caminan solos, que no dependan de una o dos personas. Ese es el verdadero alcance del trabajo comunitario”, afirma Marisol.
No fue fácil. No hubo grandes obstáculos externos, pero sí el desgaste emocional de quien cuida de muchos sin dejar de atender lo propio. Los recursos vinieron de donde se pudo: el Programa Nacional de Salas de Lectura, donaciones de lápices, Crayola, o la difusión del periodista Silver Mesa. El verdadero impulso siempre vino del corazón.
En 2024, su labor fue reconocida con el Galardón Agustina Ramírez, entregado por el gobernador Rubén Rocha Moya.
“Sí se siente bien, porque puede ser inspiración para otras mujeres, pero falta mucho. No estaba preparada para muchas cosas, y a veces hace falta hasta preparación emocional para acompañar a poblaciones vulnerables”.
Hoy, algunos de esos niños del taller están por graduarse como médicos o técnicos en radiología. Otros aprendieron un oficio, contaron su historia, se sintieron parte. Esos relatos se publicaron en el periodiquito *Alas de Papel*, donde los niños escribían sobre los oficios de sus familias.
“Antes no pensaba que esto tuviera tanto alcance, pero leer a Michelle Petit me ayudó. Ella dice que promover la lectura no es para formar escritores, sino para acompañar. A veces unas palabras pueden sostenernos en momentos difíciles”.
Actualmente, Marisol Lizárraga coordina en Sinaloa la Mesa de Cultura de Paz a nivel nacional. Vive en Mazatlán, donde también trabaja en una secundaria dentro del sistema USAER, pero su corazón sigue en La Noria. Habla de ese lugar con la certeza de quien pertenece: “Puedes salir, prender la hornilla, hacer unas gorditas, compartir con las vecinas. Ahí no se pierde nada. Es otro ritmo, otra forma de cuidarnos”.
No es solo nostalgia. Es una filosofía de vida. Un acto de fe en el poder de la palabra, en la memoria viva y en las comunidades que, como La Noria, insisten en resurgir.
- Marisol Lizárraga es licenciada en Educación Especial y maestra en Educación Inclusiva. Aunque su enfoque es el trabajo con personas con discapacidad o barreras para el aprendizaje, ha llevado sus conocimientos más allá del aula para impactara toda una comunidad.
- En 2009, en medio de un contexto de violencia e inseguridad en La Noria, Marisol Lizárraga inició un taller de lectura en la plazuela del pueblo, lo que dio origen a la Sala de Lectura y más tarde a una serie de actividades culturales, artísticas y comunitarias que revitalizaron el lugar.