Con una familia de arquitectos, la cocina no era precisamente su destino, pero como él mismo recuerda, cuando llegó el momento de tomar una decisión importante, se armó de valor para compartir su sueño con su padre, “Quiero ser chef”. La respuesta de su papá fue clara, “Si quieres ser chef, ponte a chambear”. Esta sencilla, pero profunda respuesta, fue el motor que lo impulsó a Eduardo Carzolio Rivas a tomar el rumbo hacia lo que sería su carrera y su vida.
Su amor por la gastronomía lo llevó a tomar decisiones arriesgadas. A tan solo 16 años, decidió irse de intercambio a Canadá. Ahí, estudió gastronomía en una preparatoria que ofrecía una clase especializada en alta cocina. Esta etapa fue crucial, pues no solo aprendió las técnicas culinarias, sino que amplió su perspectiva sobre las culturas gastronómicas del mundo.
Tras su estancia en Canadá, su pasión lo llevó a dar el siguiente paso en su formación, estudiar en el Instituto Culinario de México en Puebla, un referente internacional en la formación de chefs. Durante sus años en la institución, Carzolio no solo se empapó de la gastronomía del centro de México, sino que también vivió una experiencia única, viajar a diferentes rincones del mundo para cumplir con las 2000 horas de prácticas obligatorias para graduarse.
Trascendiendo fronteras
En Puebla, además de perfeccionar sus habilidades, se sumergió en la rica gastronomía del estado, que le permitió desarrollar una profunda conexión con la cocina tradicional mexicana. Años más tarde, la vida lo llevó a Mérida, donde trabajó en el reconocido restaurante Nectar de Roberto Solís. Ahí aprendió sobre la cultura maya y los ingredientes únicos de la región sur de México, una experiencia que marcó un antes y un después en su carrera.
Tras terminar sus prácticas nacionales, Carzolio continuó su viaje internacional. Fue a Bangkok, Tailandia, donde quedó fascinado por la riqueza de la cocina del sudeste asiático, y notó sorprendentes similitudes con la mexicana. Los sabores picantes, el cilantro, el chile y el pescado, elementos comunes en ambos países, le mostraron cómo las migraciones y los intercambios culturales han dado forma a las cocinas de todo el mundo.
A medida que se acercaba el final de sus estudios, Eduardo participó en un concurso internacional de cocina en Michigan, donde representó a México y se alzó con la medalla de oro en la categoría de caja sorpresa. Este logro le otorgó un reconocimiento internacional y fue un sello de calidad a su formación.
Los retos y obstáculos
A pesar de su formación y sus logros, el regreso a Hermosillo fue complicado. Carzolio se enfrentó a la dura realidad de que, como muchos jóvenes recién egresados, la vida laboral no era tan fácil como había imaginado. El mercado laboral no estaba dispuesto a pagar lo que él consideraba su verdadero valor. En busca de nuevas oportunidades, tomó la decisión de irse a Nueva Zelanda en 2014. Ahí vivió una experiencia totalmente diferente, trabajó en granjas, ordeñó vacas, cosechó kiwis y vivió de manera nómada, lo que le permitió conocer otra cara del mundo y aprender valiosas lecciones de humildad y esfuerzo.
A su regreso a Hermosillo, Carzolio emprendió varios proyectos gastronómicos, desde un food truck con antojitos mexicanos hasta la creación de su propio negocio de catering, Palofierro Catering. Sin embargo, la vida le mostró que no siempre los proyectos nacen con éxito inmediato. Enfrentó la dificultad de lidiar con un mercado que no estaba listo para productos innovadores, como el hummus morado que intentó introducir en la región.
Palofierro Catering: La consolidación de un sueño
A pesar de las dificultades, Carzolio no se rindió. Con el paso de los años, su empresa de catering fue creciendo y se consolidó como un referente en la región. Desde bodas, hasta eventos empresariales, Palofierro Catering ha tenido la oportunidad de servir a cientos de personas, brindando una experiencia culinaria única y de calidad. Este negocio le permitió desarrollar un menú que va desde lo tradicional mexicano hasta opciones más contemporáneas.