En un espacio al norte de Culiacán, un pequeño grupo de desconocidos se sienta en torno a una mesa larga, iluminada con luces tenues y velas, flores y listones, suena música italiana, alguien sirve vino, y frente a cada persona espera un trozo de masa y una máquina para aplanarla; se trata de Romero, una experiencia de creación de pasta.
Romero surgió de una intuición y deseo compartido entre Dulce García y Vanessa Meza, diseñadoras gráficas y apasionadas de la gastronomía, y con apoyo en producción de Valeria Osorio, de crear algo que no existía en la ciudad, un espacio donde cocinar fuera el pretexto y la conexión, el verdadero propósito.
“Queríamos hacer algo diferente, algo nuevo, crear una comunidad. Creo que eso es lo correcto para nosotras”, dice Dulce García.
El proyecto nació en noviembre de 2024, cuando la ciudad atravesaba momentos difíciles. La inseguridad las hizo dudar, pues ¿quién iba a querer salir? Pero en esa misma pregunta encontraron la respuesta, la gente necesitaba salir. Desde entonces, cada fin de semana, Romero abre sus puertas. A veces también entre semana, si hay eventos privados.
En Romero no se va a aprender técnicas de alta cocina ni a recibir certificados, se va a compartir. Durante tres horas, los asistentes hacen pasta desde cero, mezclan harina, amasan, aplanan, cortan y se llevan su propia pasta fresca a casa. Pero también comparten una comida preparada entre todos, una copa de vino y, a menudo, muchas anécdotas.
“Tenemos restaurantes, tenemos escuelas que dan talleres de cocina. Pero no teníamos algo que fuera así como en comunidad, que tú fueras a convivir y a comer con desconocidos”, comenta Vanessa Meza.
Por ello, el menú cambia según la temporada, y los grupos, como dicen ellas, se eligen solos.
- Además del taller clásico de pasta (fettuccini, raviolis, farfalle), Romero recibe a chefs invitados, sirviendo cenas de tres tiempos, y planean seguir explorando.
- En Romero nadie viene solo, todos terminan compartiendo mesa y anécdotas.