Existen dos caminos para mantenerse en abstinencia. Uno de ellos es, cuando la persona en su adicción lucha contra ella, creyéndose más fuerte que su enfermedad, aguantando el deseo de consumir y el enojo por tener que hacerlo, cuestionándose por qué otros si pueden parar y él no, lo que lo lleva a vivir constantemente irritado y aislado. El otro camino es la aceptación, cuando la persona acepta no sólo que tiene una adicción, sino lo más importante, acepta que perdió su lucha contra la sustancia y que todo intento por volver a quererla controlar, en algún momento volverá a salirse de su control, llevándolo a experimentar más sufrimiento y a sus seres queridos causarles también, más situaciones de dolor. Sin embargo, para llegar a este momento de aceptación, pareciera parte de nuestra condición humana primero luchar, intentar y tropezarnos una y otra vez con la misma piedra, más aún en la personalidad que acompaña a toda adicción, no sólo del lado de la voluntariosidad, sino también, una terquedad al querer intentar y comprobar por él mismo que sí puede, que las cantidades de consumo no son para nada significativas o bien, que su situación no es como la de los demás; y al final, escucharlo lamentarse del recorrido que siente pudo haberse evitado y el dolor que pudo haberse ahorrado de haber podido escuchar a quienes ya habían vivido y transcurrido el mismo camino o, de todos aquellos familiares y amigos que intentaron ayudarlo al percatarse que su vida se encontraba cada vez más fuera de control.
No todos logran llegar a este momento de responsabilidad y pareciera que eligen hacer de su vida una pelea. ¿Qué es entonces lo que se requiere para llegar a este tiempo de aceptación?
En nuestra cultura occidental, admiramos a quien alcanza la cima, más no a quien abandona los placeres del ego y los intereses de éste, aun cuando hay placeres que se tornan un laberinto para salir y una tormenta de vivir, tal cual ocurre en la lucha de las adicciones. Renunciar a los comportamientos del ego, no solo es un acto de humildad, sino, sobre todo, un acto heroico al requerir valor. Valor para aceptar ante otros que no soy fuerte, poderoso, perfecto, omnipotente y cuales sean los otros rostros del ego que justamente la adicción refuerza y hace creer a la persona en su adicción. Y más aún, se requiere valentía para aceptar que no puedo solo y que necesito ayuda. De qué tamaño llega a ser la vergüenza de la persona con adicción, que hay un momento que lo único que lo hace sostenerse en su negación, aferrándose a su cerrazón, es el miedo intenso del ego, el miedo a ser descubierto lo que él ha intentado hacer creer (fuerte, poderoso, perfecto, etc.), donde los pensamientos distorsionados, también por este mismo miedo, le hacen creer que algo “irreparable” que ocurrirá si aceptara y reconociera ante los demás su pérdida de control, lo que, por cierto, los demás ya lo saben.
Bien se dice, hay guerras que se ganan más aceptando la derrota que seguir en la pelea, y ésta, es una de ellas, por lo que, en Comunidad de Sinaí, trabajamos como primer objetivo en el tratamiento del paciente ayudándolo a vivir la aceptación, proceso sin duda que implicará sentir dolor al quitarse la venda al ver y sentir lo que por tanto tiempo trató con el mismo consumo de evadir y de anestesiar, en sus intentos fallidos por olvidar. Pero, ¿qué es entonces lo que se gana al dejar de luchar y aceptar? Quienes han tenido la humildad y la valentía de vivirlo lo saben y lo expresan puntualmente: Un gran alivio. Una paz y tranquilidad al ya no tener que valerse de las mentiras, manipulaciones y todo tipo de engaños como parte de su lucha con el consumo, pues ¿quién, viviendo una guerra puede vivir en paz? Y esto, es solamente el primer regalo que Comunidad de Sinaí ofrece en el proceso de la rehabilitación.